El Observatorio ha sido mencionado en una nota del diario Clarín sobre divulgación de la astronomía entre los porteños.
Clarín 28/10/13
Mirar las estrellas, un hábito que crece entre los porteños
Por Diana WarszawskiCada vez más gente participa de cursos y actividades sobre Astronomía. Se usan telescopios que tienen cien años y también tecnología más moderna. Y un colegio ya la incorporó como materia.
Gesto atávico, el ojo de una mujer examina con un telescopio las nítidas montañas de la Luna y calcula su fase. En los observatorios astronómicos para aficionados, en la Ciudad, cada vez son más los que se reúnen para iniciarse o perfeccionarse en cursos y actividades. De noche, con instrumentos centenarios y otros modernos de alta calidad, estudian la ciencia natural más antigua. Y una de las únicas donde aún amateurs con experiencia y pericia técnica pueden hacer aportes útiles a científicos para descubrir y seguir fenómenos.
“La astronomía siempre es una cosa rara. Hay un bombardeo de noticias, pero a veces difíciles de interpretar, y ese es uno de los impulsos para aprender”, explica Carlos Angueira, de la Asociación de Amigos de la Astronomía.
Desde 1929, es la amateur más antigua de América latina y referente en el país. Su sede, en Patricias Argentinas 550, Parque Centenario, fue diseñada en 1944 para tal fin y ahora, con una cuota de $ 64, oscila entre 500 y 600 socios, que crecieron “en los últimos 25 años el 500%”, sigue Carlos. Club social, “como uno de fútbol”, compara, también es un centro de investigación coordinado con otros del mundo, y biblioteca pública. Por un gajo abierto en su cúpula principal, aún se usa un gran telescopio francés Gautier de 1882.
Y artefactos de última generación. En 2012 hubo 25 cursos. Algunos atraen –entre socios y externos– a 60 personas. “Iniciación a la Astronomía, Manejo de Telescopios I y su Construcción en un taller los hacen casi todos; por hobby y para aprender algo más de física y matemática”, añade Carlos. Otros, como Cosmografía, son para avezados.
La Luna es lo que más impacta: se ve con gran detalle. Luego Saturno, por sus anillos y la atmósfera polícroma de Júpiter. Avanzar exige “tiempo, paciencia, prueba y error, hacerse preguntas. Si bien el primer día se empieza a saber mirar”, apunta Pablo Ingrassia, director del observatorio del Profesorado Dr. Joaquín. V. González, que creó en 2000. En el piso 11 de Ayacucho 632, Balvanera, da cuatro cursos gratuitos por año, desde leyes de objetos cercanos hasta el espacio profundo. “Aprender experimentando en vivo y en directo vuelve loco”, opina Sabrina Torón, estudiante de matemática, de 22 años, cerca de un filtro para ver fáculas del Sol sin daño ocular. A tramos es un túnel del tiempo: “Hay un cúmulo globular (pelota de estrellas) a 18 mil años luz y lo que se ve es cómo era en ese entonces”, ejemplifica Pablo, y alista un telescopio refractor de 152mm., que elige, automático, cuerpos celestes y los describe.
Cerca, cumple 100 años el primer observatorio porteño, desde 1913 sobre la torre del histórico Colegio San José, en Bartolomé Mitre 2455. Y su gran refractor astrográfico Mailhat doble, de bronce y pie de hierro, que aún saca fotos bajo una cúpula giratoria de cuatro metros de diámetro, frente a un horizonte sin cortes edilicios. Son cinco pisos por escalera, pasando por una Sala de Antiguos Instrumentos. Allí, 200 personas revelan el “espíritu de una época en la que la ciencia asombraba y se mostraba como algo bello”, cuenta Diego Giraudi, uno de los que en 1982 restauró la torre, mientras gira un Tellurium del siglo XIX, sistema Tierra-Sol a vela. Con él, otros cinco ex alumnos dan clases. La pasión por los astros, sienten, gesta fraternidad. “Uso telescopio desde los 10, pero disfruto compartir conocimientos y vivencias”, dice Germán Folz, de 44 años, quien se unió en secundaria.
El Colegio Nacional de Buenos Aires, en Bolívar 263, creó en 2013 un Departamento de Astronomía, el único en un colegio, y la materia se volvió obligatoria en sexto año. Hay cursos optativos a partir de cuarto y proyectos que envían al extranjero, como uno que la NASA puso en órbita. “El campo de investigación es muy vasto y los amateurs pueden contribuir con conocimiento, pasión y pocos elementos”, dice Rodolfo Di Peppe, ex alumno y director del Departamento, quien tuvo la iniciativa de reabrir en 1986 el observatorio Héctor Otonello. Recibe a unos 90 alumnos por año y se remonta a 1935, cuando se alzó el pie del telescopio, una columna que va desde la cúpula hasta los cimientos para que no se mueva al caminar. Varios alumnos hicieron sexto año para cursar la materia. En la terraza, Pablo Vena, a cargo del Curso General, enseña a ubicar el Polo Sur Celeste. Allí se esconde parte de la magia: “Es una de las ciencias más extremas en términos de razonamiento.
Uno es ínfimo en el Universo, pero se puede alcanzar un nivel de conclusiones asombrosas; antes de los griegos ya se predecían eclipses –refiere–; es observar y pensar”.